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arrojé dentro de la cabina. Pinky activó el detonador de presión de la bomba y salió corriendo, seguida de
Dave. Liza ya había pasado por el Portal. Agarré las inertes zombies vestidas de azafatas y las tiré al suelo.
El aparato empezó a deshacerse y un trozo atravesó la sala. Empezamos a perder presión. La bomba
arrancó parte de la cabina (el equipo de investigación interpretaría  esperábamos que un trozo del
aparato la atravesó y mató a la tripulación: no había más palabras del piloto en el grabador de vuelo) y
viramos lentamente a la izquierda y hacia abajo. Me vi empujada hacia el orificio del costado de la nave,
pero me las arreglé para sujetarme a un asiento. Cristabel no tuvo tanta suerte. Fue lanzada hacia la parte
trasera.
Empezamos a subir levemente, perdiendo velocidad. De pronto, el lugar del pasillo en que yacía
Cristabel se encontró en la parte alta. Le salía sangre de la sien. Miré atrás: todos se habían ido y en el
suelo estaban amontonadas tres zombies vestidas de rosa. El avión comenzó a ratear, a entrar en picado, y
mis pies se alzaron del suelo.
 ¡Vamos, Bel!  grité. El Portal sólo estaba a un metro de distancia de mí, pero empecé a impulsarme
hasta donde flotaba ella. El avión dio un salto y ella golpeó el suelo. Increíblemente eso pareció despertarla.
Empezó a nadar hacia mí, y le di la mano en el momento en que el suelo volvía a alzarse para aplastarnos
de nuevo. Nos arrastramos mientras el avión sufría su agonía definitiva y llegamos a la puerta. El Portal no
estaba.
No había nada que decir. Nos íbamos a estrellar. Es bastante difícil mantener en su sitio el Portal en un
avión que se mueve en línea recta; pero cuando un pájaro empieza a picar en espiral y a desintegrarse, las
matemáticas se hacen espantosas. Eso me han dicho.
Abracé a Cristabel y le sostuve la ensangrentada cabeza. Estaba aturdida, pero se las arregló para
sonreír y encogerse de hombros. Una acepta lo que le ofrecen. Me apresuré a ir al lavabo y apoyé a
Cristabel en el suelo, haciendo yo lo mismo, la espalda contra el mamparo de proa y Cristabel entre mis
piernas, con la suya hacia el frente. Como en los entrenamientos. Apretamos los pies contra la otra pared.
La abracé fuertemente y lloré sobre su hombro.
Y allí estaba: un brillo verde a mi izquierda. Me lancé hacia él arrastrando a Cristabel, manteniéndonos
pegadas al suelo mientras dos zombies eran arrojados con la cabeza por delante a través del Portal, por
encima de nosotras. Unas manos nos sujetaron y tiraron hasta hacernos pasar. Me arrastré con las uñas
más de metro y medio por el suelo. Una se puede dejar una pierna en el otro lado, y a mí no me sobraba
ninguna.
Me senté mientras llevaban a Cristabel a Clínica. Le palmeé un brazo al pasar junto a mí en la camilla,
pero estaba desmayada. A mí tampoco me hubiera importado estarlo.
Durante un tiempo una no puede creer que todo haya pasado realmente. A veces resulta que no ha
ocurrido. Una vuelve y averigua que todos los borregos del corral se han desvanecido suave y
repentinamente porque la continuidad no admite los cambios y paradojas que se han introducido en ella.
Las personas para cuyo rescate una ha trabajado tanto se encuentran esparcidas como una guarnición de
tomates por toda la pendiente de alguna maldita colina de Carolina, y lo único que te queda es un montón
de zombies destrozados y un equipo de Captura agotado. Pero no esta vez: podía ver los borregos
moviéndose en el corral, desnudos y más asombrados que nunca. Y apenas empezando a sentirse
realmente asustados.
Elfreda me tocó al pasar. Asintió, lo cual significaba «bien hecho» en su repertorio limitado de gestos.
Me alcé de hombros, preguntándome si me importaba; pero el exceso de adrenalina corría aún por mis
venas y me encontré sonriéndole. Le devolví el asentimiento.
Gene estaba junto al corral. Me acerqué a él y le abracé. Sentí los humores comenzando a fluir.
«Maldita sea, vamos a derrochar una pequeña ración y regalarnos un rato agradable».
Alguien estaba golpeando la pared de vidrio esterilizado del corral. Gritaba, dirigiéndonos palabras
airadas con el movimiento de los labios. «¿Por qué? ¿Qué nos habéis hecho?» Era Mary Sondergard.
Suplicaba a su gemela calva y coja que la hiciera comprender. Creía que tenía problemas. Dios, ¡qué
bonita era! La odiaba mortalmente.
Gene me apartó de la pared. Me dolían las manos, y me había roto todas las uñas postizas sin arañar
siquiera el cristal. Ella estaba ahora sentada en el suelo, sollozando. Oí la voz del oficial de instrucción por
el altavoz exterior.
 ...Centauri 3 es habitable, con un clima de tipo terrestre. Con eso me refiero a vuestra Tierra, no a lo
que ha llegado a ser. Veréis más de eso después. El viaje durará cinco años, tiempo de la nave. Al aterrizar
dispondréis de un caballo, un arado, tres hachas, doscientos kilos de trigo de siembra...
Me apoyé en el hombro de Gene. En su momento más bajo, en este mismo instante, eran tanto mejores
que nosotros... A mí me quedaban quizá diez años, la mitad de ellos hecha pedazos en una cesta. Ellos son
nuestra esperanza más brillante, la mejor. Todo depende de ellos.
 ...que nadie será obligado a ir. Queremos indicar de nuevo y no por última vez, que todos estaríais
muertos sin nuestra intervención. Sin embargo, hay cosas que debéis saber: no podéis respirar nuestro aire.
Si os quedáis en la Tierra nunca podréis abandonar este edificio. Nosotros no somos como vosotros.
Somos el resultado de una disgregación genética, de un proceso de mutación. Somos los supervivientes,
pero nuestros enemigos han evolucionado al mismo tiempo que nosotros. Están venciendo. Vosotros, sin
embargo, sois inmunes a las enfermedades que nos afligen...
Hice una mueca y me volví.
 ...otra parte, si emigráis se os dará la oportunidad de una nueva vida. No será fácil, pero como
americanos debéis estar orgullosos de vuestra herencia de pioneros. Vuestros antepasados sobrevivieron, y
lo mismo haréis vosotros. Puede ser una experiencia gratificante, y yo os exhorto...
Desde luego, Gene y yo nos miramos y reímos.
 Escuchad esto, amigos. El cinco por ciento de vosotros sufrirá severas crisis nerviosas durante los
próximos pocos días y nunca partirá. Aproximadamente la misma cantidad se suicidará, aquí y durante el
camino. Cuando lleguéis allí, del sesenta al setenta por ciento fallecerá durante los primeros tres años.
Moriréis al dar a luz, seréis devorados por animales, enterraréis a dos o tres de vuestros hijos, pereceréis
de hambre lentamente cuando no lleguen las lluvias. Si sobrevivís..., sólo será para romperos la espalda
detrás de un arado, del alba al anochecer. ¡La Nueva Tierra es el cielo, amigos!
¡Dios, cómo me gustaría poder ir con ellos!
F I N
Título Original: Air Raid © 1977.
Digitalización, Revisión y Edición Electrónica de Arácnido.
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