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no atacaba sin inspirar primero un terror premonitorio en sus víctimas.
Fafhrd sentía en gran parte lo mismo, con la excepción de loe estaba aún más decidido
a resolver el enigma de la piedra inscrita.
Atacaron las anchas grietas con escoplo y mazo. La oscura mezcla embreada cedió
con bastante facilidad, primero en duros terrones y luego en tiras ligeramente elásticas.
Cuando hubieron practicado un canal que tenía un dedo de profundidad, Fafhrd insertó el
pico y consiguió mover ligeramente la piedra. De este modo el Ratonero pudo excavar un
poco más hondo en aquel lado. Entonces Fafhrd sometió el otro lado de la piedra a un
apalancamiento con el pico. Así prosiguió el trabajo, con apalancamientos y extracciones
alternos.
Se concentraron en cada detalle del trabajo con intensidad innecesaria, sobre todo
para evitar que asaltara su imaginación la imagen de un hombre muerto más de dos
siglos antes. Un hombre con la frente alta, mejillas hundidas y la nariz de una calavera...,
es decir, si el muerto tendido en el suelo era un verdadero miembro de la raza de
Angarngi. Un hombre que de algún modo había conseguido un gran tesoro y luego lo
había ocultado a todas las miradas, sin tratar de obtener ni gloria ni beneficio material de
él, que decía menospreciar la envidia de los necios y que, sin embargo, escribió muchas
notas provocativas en diminuta caligrafía roja a fin de informar a los necios de su tesoro y
hacer que tuvieran envidia; que parecía tender las manos a través de los siglos
polvorientos, como una araña que teje una tela para capturar una mosca en el otro
extremo del mundo.
Y, no obstante, era un arquitecto hábil, según había dicho el santurrón. ¿Podría
semejante arquitecto construir un autómata de piedra cuya altura doblara a la de un
hombre alto? ¿Un autómata de piedra gris con una gran porra? ¿Podría disponer un lugar
oculto del que emergería para matar y al que después retornaría? No, no, tales ideas eran
infantiles, no había que perder tiempo considerándolas. Tenían que ceñirse al trabajo
inmediato, descubrir primero lo que había tras la piedra con la inscripción y dejar las ideas
para después.
La piedra empezaba a ceder más fácilmente a la presión del pico. Pronto podrían tener
un buen punto de apoyo y apalancar hasta extraerla.
Entretanto una sensación nueva del todo crecía en el Ratonero, no de terror, en
absoluto, sino de repulsión física. El aire que respiraba le parecía denso y repugnante.
Descubrió que le disgustaba la textura y consistencia de la mezcla embreada extraída de
las grietas, que de algún modo sólo podía comparar con sustancias puramente
imaginarias, como el excremento de dragones o el vómito solidificado del Gigante. Evitaba
tocarla con los dedos, y aparcó de un puntapié los pedazos y tiras que se habían
acumulado alrededor de sus pies. La sensación de repugnancia se hacía difícil de
soportar.
Intentó vencerla, pero no tuvo más éxito del que habría tenido luchando contra el
mareo, al que en ciertos aspectos se parecía. Sentía un vértigo desagradable. La boca se
le llenaba constantemente de saliva. El frío sudor de la náusea perlaba su frente. Se daba
cuenta de que Fafhrd no estaba afectado, y no estuvo seguro de si debería mencionarle el
asunto, pues parecía ridículamente fuera de lugar, sobre todo porque no le acompañaba
ningún temor o alarma. Finalmente la misma piedra empezó a ejercer en él el mismo
efecto que la mezcla alquitranosa, llenándole de una revulsión al parecer sin causa pero
no por ello menos mórbida. Entonces ya no pudo aguantar más. Haciendo a Fafhrd un
vago gesto de disculpa, dejó caer el escoplo y fue a la ventana baja para respirar aire
fresco.
Esto no pareció arreglar mucho las cosas. Asomó la cabeza a la ventana y aspiró
hondo. Sus procesos mentales estaban eclipsados por la obnubilante sensación de la
náusea extrema, y todo le parecía muy lejano. En consecuencia, cuando vio que la
muchacha campesina estaba en medio del claro, transcurrió algún tiempo antes de que
empezara a considerar la importancia de aquel hecho. Cuando lo hizo, parte de su
angustia desapareció, o, por lo menos, se vio capacitado para superarla lo suficiente y
mirar a la muchacha con creciente interés.
Estaba pálida, tenía los puños cerrados y los brazos rígidos a los costados. Incluso
desde lejos, el Ratonero podía percibir la mezcla de terror y decisión de su mirada fija en
la gran entrada. Se obligaba a avanzar hacia aquella puerta, un trémulo paso tras otro,
como si tuviera que hacer más y más acopio de valor. De repente, el Ratonero empezó a
sentirse atemorizado, no por él, sino por la muchacha, cuyo terror era con toda evidencia
muy intenso y, sin embargo, debía de estar haciendo lo que hacía  desafiar a su
«extraño y temible gigante gris» por su bien y el de Fafhrd. Pensó que debía impedir a
toda cosa que se aproximara más. Era inicuo que estuviera sometida un solo instante más
a un terror tan horriblemente intenso.
La abominable náusea confundía su mente, pero sabía lo que debía hacer. Se precipitó
hacia la escalera con zancadas tambaleantes, haciendo a Fafhrd otro gesto vago. En el
mismo momento en que salía de la sala, alzó casualmente los ojos y observó algo
peculiar en el techo. Durante unos momentos no se dio plena cuenta de qué era.
Fafhrd apenas observó los movimientos del Ratonero y mucho menos sus gestos. El
bloque de piedra cedía rápidamente a sus esfuerzos. Antes había experimentado [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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