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animación sorprendente en muchos mapas y escenas esculpidas. En algunos casos hab�a que
revisar nuestras ciencias, pero en otros se confirmaban las m�s atrevidas de las deducciones.
Como ya he dicho, las hipótesis de Taylor, Wegener y Joly, seg�n las cuales todos los
continentes son fragmentos de una masa terrestre de origen ant�rtico que la fuerza centr�fuga
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rompió e hizo deslizar sobre una superficie t�cnicamente viscosa -hipótesis sugeridas por la
existencia de perfiles complementarios, como los de �frica y Am�rica del Sur, y el modo
como se alzan las grandes cadenas monta�osas-, recibieron un sorprendente apoyo de esta
fuente incre�ble.
Algunos mapas mostraban el mundo carbon�fero de hace un millón de a�os con
hendiduras y grietas significativas que separar�an m�s tarde al �frica de las tierras, entonces
unidas, de Europa (la Valusia de las leyendas), Asia, Am�rica y el continente ant�rtico. Otros
-y principalmente uno relacionado con la fundación de la ciudad, hac�a cincuenta millones de
a�os- mostraban los continentes actuales bien diferenciados entre s�. Y en los �ltimos
ejemplares descubiertos -que datan quiz� de la edad pliocena- el mundo de hoy aparec�a con
bastante. claridad a pesar de la unión de Alaska con Siberia, de Europa con Norteam�rica
(por Groenlandia) y de Am�rica de Sur y la Ant�rtida (por la Tierra de Graham). En el mapa
carbon�fero todo el globo -tanto las masas de tierra firme como el fondo de los oc�anos-
estaba cubierto de se�ales que indicaban la posición de las vastas ciudades de piedra, pero en
los �ltimos mapas el retroceso hacia la Ant�rtida era gradual y evidente. En el que
correspond�a al �ltimo per�odo del plioceno no hab�a ciudades en tierra firme, excepto en el
continente ant�rtico y el extremo austral de Sudam�rica, ni ninguna ciudad oce�nica m�s all�
del paralelo cincuenta de latitud sur. El estudio de las tierras del norte y el inter�s por ellas
hab�an desaparecido casi del todo y sólo vimos en los mapas un esbozo de las l�neas costeras
hecho probablemente durante alg�n vuelo de exploración realizado con la ayuda de aquellos
abanicos membranosos.
Tema com�n en los bajorrelieves era la destrucción de las ciudades a consecuencia de
diversos cataclismos: el surgimiento de las monta�as, el desplazamiento centr�fugo de los
continentes, las convulsiones s�smicas. A medida que pasaban los a�os, las reconstrucciones
eran m�s raras. La enorme megalópolis que yac�a a nuestro alrededor, edificada a comienzos
del per�odo cret�ceo, parec�a haber sido el �ltimo gran centro de los Antiguos. La región
parec�a ser un lugar santo donde se hab�an instalado los primeros seres de esa raza. En la
ciudad nueva -muchos de cuyos edificios reconocer�amos en las esculturas, pero que se
extend�a a lo largo de la cadena de monta�as por casi doscientos kilómetros- hab�an sido
conservadas algunas piedras pertenecientes a la primera ciudad, construida en los abismos
submarinos, y que hab�a surgido a la luz luego de un largo per�odo en que se hab�an alterado
los estratos.
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Danforth y yo estudiamos con especial inter�s y mucha angustia todo lo que se refer�a
a la ciudad. Los documentos abundaban y descubrimos por suerte, al nivel del suelo, una casa
m�s nueva cuyos muros, algo da�ados por un derrumbe vecino, describ�an un per�odo muy
posterior al del mapa plioceno. �ste fue el �ltimo lugar que examinamos minuciosamente,
pues lo que descubrimos all� nos dio un nuevo e inmediato objetivo.
Nos encontr�bamos, sin duda, en uno de los lugares m�s extra�os, terribles y antiguos
del mundo. No tardamos en comprender que esta tierra desierta ten�a que ser la fabulosa
meseta de Leng, que ni aun el autor del Necronomicon se hab�a atrevido a describir. La
enorme cadena monta�osa era incre�blemente larga, pues -incluidas sus estribaciones- se
extend�a desde la tierra de Luitpold, en la costa del mar de Weddell, hasta el otro extremo del
continente. Las partes realmente elevadas formaban un arco que nac�a a los 80� de latitud y
60� de longitud este, y llegaba a los 70� de latitud y 115� de longitud este. El lado cóncavo
enfrentaba nuestro campamento y alcanzaba la costa cubierta de hielo cuyas colinas fueron
avistadas por Wilkes y Mawson.
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Pero la naturaleza hab�a erigido unos monstruos mayores, y no muy lejos de all�. He
dicho que esos picos son m�s altos que los del Himalaya, pero las esculturas me permiten
afirmar que no son los m�s altos del mundo. Ese fr�o honor le corresponde sin duda a algo
que la mayor parte de las esculturas apenas osan nombrar; otras hablan de eso con una
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