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No consigo recordar mi pasado, la Tradición, la manera en que los
hombres esperan que se comporten las mujeres del desierto. Desde
pequeña soñaba que el desierto me traería el mayor regalo de mi vida.
Este regalo llegó, por fin, y eres tú.
El muchacho sintió deseos de tocar su mano. Pero Fátima estaba
sosteniendo las asas del cántaro.
-Tú me hablaste de tus sueños, del viejo rey y del tesoro. Me
hablaste de las señales. Ya no tengo miedo de nada, porque fueron estas
señales las que te trajeron a mí. Y yo soy parte de tu sueño, de tu
Leyenda Personal, como sueles decir.
»Por eso quiero que sigas en la dirección de lo que viniste a buscar.
Si tienes que esperar hasta el final de la guerra, muy bien. Pero si tienes
que partir antes, ve en dirección a tu Leyenda. Las dunas cambian con
el viento, pero el desierto sigue siendo el mismo. Así sucederá con
nuestro amor.
»Maktub -añadió-. Si yo soy parte de tu Leyenda, tú volverás un
día.
El muchacho se quedó triste tras el encuentro con Fátima. Se
acordaba de mucha gente que había conocido. A los pastores casados
les costaba mucho convencer a sus esposas de que debían andar por
los campos. El amor exigía estar junto a la persona amada.
A1 día siguiente contó todo esto a Fátima.
-El desierto se lleva a nuestros hombres y no siempre los devuelve
-dijo ella-. Entonces nos acostumbramos a esto. Y ellos pasan a existir
en las nubes sin lluvia, en los animales que se esconden entre las
piedras, en el agua que brota generosa de la tierra. Pasan a formar parte
de todo, pasan a ser el Alma del Mundo.
»Algunos vuelven. Y entonces todas las mujeres se alegran, porque
los hombres que ellas esperan también pueden volver algún día. Antes
yo miraba a esas mujeres y envidiaba su felicidad. Ahora yo también
tendré una persona a quien esperar.
»Soy una mujer del desierto, y estoy orgullosa de ello. Quiero que
mi hombre también camine libre como el viento que mueve las dunas.
También quiero poder ver a mi hombre en las nubes, en los animales
y en el agua.
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El muchacho fue a buscar al Inglés. Quería hablarle de Fátima. Se
sorprendió al ver que el Inglés había construido un pequeño horno al
lado de su tienda. Era un horno extraño, con un frasco transparente
encima. El Inglés alimentaba el fuego con leña, y miraba el desierto. Sus
ojos parecían brillar más cuando pasaba todo el tiempo leyendo libros.
-Ésta es la primera fase del trabajo -dijo-. Tengo que separar el azufre
impuro. Para esto, no puedo tener miedo de fallar. El miedo a fallar fue
lo que me impidió intentar la Gran Obra hasta hoy. Es ahora cuando
estoy empezando lo que debería haber comenzado diez años atrás. Pero
me siento feliz de no haber esperado veinte años para esto.
Y continuó alimentando el fuego y mirando el desierto. El
muchacho se quedó junto a él un rato, hasta que el desierto comenzó
a ponerse rosado con la luz del atardecer. Entonces sintió un inmenso
deseo de ir hasta allí, para ver si el silencio conseguía responder a sus
preguntas.
Caminó sin rumbo por algún tiempo, manteniendo las palmeras
del oasis al alcance de sus ojos. Escuchaba el viento, y sentía las
piedras bajo sus pies. A veces encontraba alguna concha y sabía que
aquel desierto, en una época remota, había sido un gran mar. Después
se sentó sobre una piedra y se dejó hipnotizar por el horizonte que
tenía delante de él. No conseguía entender el Amor sin el sentimiento
de posesión; pero Fátima era una mujer del desierto, y si alguien podía
enseñarle esto era el desierto.
Se quedó así, sin pensar en nada, hasta que presintió un movimien-
to sobre su cabeza. Miró hacia el cielo y vio que eran dos gavilanes que
volaban muy alto.
El muchacho observó a los gavilanes, y los dibujos que trazaban en
el cielo. Parecía una cosa desordenada y, sin embargo, tenían algún
sentido para él. Sólo que no conseguía comprender su significado.
Decidió que debía acompañar con los ojos el movimiento de los
pájaros, y quizá entonces pudiera leer algo. Tal vez el desierto pudiera
explicarle el amor sin posesión.
Empezó a sentir sueño. Su corazón le pidió que no se durmiera: por
el contrario, debía entregarse. «Estaba penetrando en el Lenguaje del
Mundo y todo en esta tierra tiene sentido, incluso el vuelo de los
gavilanes», dijo. Y aprovechó la ocasión para agradecer el hecho de
estar lleno de amor por una mujer. «Cuando se ama, las cosas adquie-
ren aún más sentido», pensó.
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De repente, un gavilán dio una rápida zambullida en el cielo y
atacó al otro. Cuando hizo este movimiento, el muchacho tuvo una
súbita y rápida visión: un ejército, con las espadas desenvainadas,
entraba en el oasis. La visión desapareció en seguida, pero aquello le
dejó sobresaltado. Había oído hablar de los espejismos, y ya había visto
algunos: eran deseos que se materializaban sobre la arena del desierto.
Sin embargo, él no deseaba que ningún ejército invadiera el oasis. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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