[ Pobierz całość w formacie PDF ]

Vicente de Paúl; visitaron a la hermana de Jesús y a otras personas que
vivían en rincones y tabucos de la casa.
Detrás de aquellos señores vestidos de negro fueron Manuel y Jesús,
que no hacían más que dormir en el parador; no conocían la vecindad;
así que anduvieron por su casa como por una extraña.
-¡Hipócritas! -decía el albañil a voz en grito.
-Pero, hombre, ¡cállese usted -exclamó Manuel-, que le van a oír!
-¿Y qué? -replicaba el vecino-. ¡Que me oigan! Son unos hipócritas. ¿A
qué vienen aquí a echárselas de caritativos? A hacer el paripé, a eso
vienen esos tíos, esos farsantes. ¿Qué leñe quieren saber? ¿Que vivimos
mal? ¿Que estamos hechos unos guarros? ¿Que no cuidamos a los
chicos? ¿Que nos emborrachamos? Bueno, pues que nos den su dinero
y viviremos mejor, pero que no se nos vengan con bonos y con consejos.
Entraron los tres señores en un tabuco de un par de metros en cuadro.
En el suelo, sobre un montón de paja y de harapos, había una mujer
hidrópica, con la cara hinchada y entontecida.
En una silla, a la luz de una candileja, cosía una mujer joven.
85
La lucha por la vida II. Mala hierba
Desde el pasillo, Manuel pudo oír la conversación que tenían adentro.
El viejecillo de bigote blanco preguntó con su voz alegre qué es lo que
le pasaba a la mujer, y una vecina que vivía en un cuarto próximo contó
un sinfín de miserias y dolores.
La hidrópica sobrellevaba sus desdichas con resignación
extraordinaria.
Se cebó la desgracia en ella y fue cayendo y cayendo hasta llegar a
aquella situación tan triste. No encontró una mano amiga, y sus únicos
favorecedores fueron un carnicero y su mujer, antiguos criados de su
casa, a quienes había ayudado a establecerse en mejores épocas. La
carnicera, que además era prestamista, solfa comprar en el Rastro
mantones y pañuelos de Manila, y cuando tenían algo que zurcir o
arreglar, se los llevaba a la hija de la hidrópica para que los compusiera.
Esto, la antigua criada se lo pagaba a la hija de sus amos con un
montón de huesos, y a veces, cuando quedaba satisfecha de su trabajo,
le daba las sobras de su comida.
-¡Moler con la generosidad de la carnicera! -dijo el albañil, que
escuchaba la narración de la vecina.
-También la gente del pueblo -repuso Jesús en broma, recordando una
frase de zarzuela- tiene su corazoncito.
Los señores de la Conferencia de San Vicente de Paúl, después dé oír
tan conmovedora relación, dieron tres bonos a la hija de la hidrópica y
salieron del cuarto.
-Ya es feliz esta mujer-murmuró Jesús irónicamente-; tenía que
morirse mañana y se muere pasado. ¿Para qué quieres más?
El albañil murmuró:
-Me parece.
El secretario, el de los papeles, recordó un caso análogo al de la
hidrópica, y lo llamó curioso y extremadamente interesante.
Cuando los tres señores salían de un pasillo para desembocar en otro,
una vieja les llamó, y hablándoles de usía les pidió que la acompañaran,
y les llevó, alumbrándoles con una bujía, a un camaranchón o agujero
negro abierto debajo de una escalera. Sobre un montón de trapos y
arropada en un mantón raído había una chiquilla delgada, esmirriada, la
cara morena y flaca, los ojos negros, huraños y brillantes. A su lado
dormía un chiquillo de dos o tres años.
-Yo quisiera que unías -dijo la vieja- la metieran a esta chica en un
asilo. Es huérfana; su madre, que, con perdón, no llevaba muy buena
vida, murió aquí. Ella se ha metido en este agujero y nadie la puede
echar, y roba huevos, pan, todo lo que puede, unas veces en una casa,
otras en otra, para dar de comer al rorro. Yo quisiera que usias
consiguieran que la llevaran a un asilo.
La chiquilla miró con sus ojos grandes, espantados, a los tres señores,
86
Pío Baroja
y agarró de la mano al chico.
-Esta niña -dijo el secretario, el de los papeles- tiene por su hermano
un cariño verdaderamente curioso e interesante, y yo no sé si sería cruel
separarlos.
-Estaría mejor en un asilo -añadió la vieja.
-Ya veremos, ya veremos -replicó el señor anciano. Se fueron los tres.
-¿Cómo te llamas tú? -le preguntó Jesús a la chica.
-¿Yo? Salvadora.
-¿Quieres venir a vivir conmigo con tu chico?
-Sí -contestó sin vacilar la niña.
-Bueno, pues vamos, levántate. La Fea se va a poner muy contenta
-dijo Jesús, como para dar una explicación de su rasgo-. Si no, la van a
separar de su crío, y es una barbaridad.
La chica cogió al chico en brazos y acompañó a Jesús. La Fea recibió
a los dos abandonados con gran entusiasmo. Manuel no presenció la
escena, porque en el pasillo le detuvo un muchacho joven. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • kajaszek.htw.pl