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diferentes. Soy muy viejo, hombre de la selva; he venido a este planeta hace mucho, mucho tiempo,
con otros seres de mi mundo, el planeta verde Yag, que da vueltas eternamente en el límite de este
universo.
«Viajamos por el espacio con poderosas alas que nos transportaron por el cosmos a mayor velocidad
que la luz, porque habíamos luchado contra los reyes de Yag y fuimos derrotados y desterrados. Y
jamás pudimos regresar, porque en la tierra nuestras alas se marchitaron. Aquí vivimos alejados de la
vida terrenal, luchamos contra los extra os y terribles seres que en ese entonces poblaban la tierra, y
por ello fuimos temidos y nadie nos molestó en las sombrías selvas del este, donde teníamos nuestra
morada.
»Hemos visto cómo los monos se transformaban en hombres y los vimos construir las rutilantes
ciudades de Valusia, Kamelia, Commoria y otras. Los hemos visto tambalearse ante los ataques de los
paganos atlantes, pictos y lemurios. Hemos visto cómo los océanos se levantaban y sumergían a
Atlantis y Lemuria, las islas de los pictos y las brillantes ciudades de la civilización. También vimos
cómo los sobrevivientes de los reinos pictos y los atlantes construían su imperio de la Edad de Piedra y
luego cayeron en la ruina, enzarzados en sangrientas batallas. Hemos visto cómo los pictos se hundían
en los abismos del salvajismo y cómo los atlantes volvían a descender al nivel del mono. Hemos visto
cómo los nuevos salvajes se dirigían hacia el sur desde el Círculo Ártico, en oleadas conquistadoras,
para construir una nueva civilización con los nuevos reinos llamados Nemedia, Koth, Aquilonia y
otros.
«Vimos cómo tu pueblo surgía con un nuevo nombre de las selvas de los monos que habían sido los
atlantes. Hemos visto a los descendientes de los lemurios que habían sobrevivido al Cataclismo
levantarse una vez más superando el salvajismo y dirigirse hacia el oeste convertidos en hirkanios. Y
hemos visto cómo esta raza de seres malignos, sobrevivientes de la antigua civilización que existía
antes del hundimiento de Atlantis, volvía a tener cultura y poder: se trata de este maldito reino de
Zamora. Hemos visto todo esto, sin ayudar ni entorpecer las inmutables leyes del cosmos, y nos
fuimos muriendo uno tras otro; porque nosotros, los hombres de Yag, no somos inmortales, si bien
nuestras vidas son como las vidas de los planetas y de las constelaciones. Finalmente quedo yo solo,
so ando con los tiempos pasados entre los ruinosos templos perdidos en la selva de Khitai, venerado
como un dios por una antigua raza de piel amarilla. Después llegó Yara, versado en oscuros
conocimientos transmitidos a través de los a os de barbarie, antes del hundimiento de Atlantis. Al
principio Yara se sentó a mis pies para que yo le transmitiera mi sabiduría. Pero no estaba satisfecho
con lo que yo le ense aba, porque se trataba de magia blanca y él deseaba conocer la ciencia del mal, a
fin de esclavizar a los reyes y saciar su ambición demoníaca. Yo no estaba dispuesto a ense arle
ninguno de los secretos de la magia negra que había adquirido, a pesar mío, a través de los siglos. Pero
su inteligencia era mayor de lo que yo había creído; con argucias aprendidas entre las polvorientas
tumbas de Estigia, me enga ó y me obligó a revelarle un secreto que yo nunca quise contar a nadie, y
volviendo mi propio poder en contra mío, me convirtió en su esclavo. ¡Oh, dioses de Yag, qué amarga
ha sido mi vida desde aquel día! Me trajo desde las remotas selvas de Khitai, donde los monos bailan al
compás de la flautas de los sacerdotes amarillos y donde las ofrendas de frutos y vinos atestaban mis
rotos altares. Nunca volví a ser el dios de las buenas gentes de la selva, sino que me convertí en el
esclavo de un demonio con forma humana.
Sus ojos ciegos se volvieron a inundar de lágrimas.
-Me recluyó en esta torre, que construí para él por orden suya en una sola noche. Me dominó por
medio del fuego y de la tortura, así como por medio de extra os tormentos sobrenaturales que tú no
podrías comprender. Si pudiera, hace mucho tiempo hubiera puesto fin a esta larga agonía,
quitándome la vida. Pero él me mantuvo vivo (deforme, ciego y destrozado), para que realizara sus
asquerosos deseos. Y durante trescientos a os he hecho su voluntad, desde este lecho de mármol,
ensuciando mi alma con pecados cósmicos y mancillando mi sabiduría con crímenes, porque no podía
hacer otra cosa. Pero no he revelado todos mis antiguos secretos y mi último don será el hechizo de la
Sangre y la Joya porque presiento que se acerca el fin. Tú eres la mano del Destino. Te ruego que cojas
la piedra preciosa que hallarás en aquel altar.
Conan se volvió hacia el altar de oro y marfil que le había se alado el extra o ser y cogió una enorme
joya redonda, clara como un cristal carmesí, y en ese momento descubrió que era el Corazón del
Elefante. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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